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Irma Ramírez Molina/
Es cierto: Chiapas y México requieren de la generación masiva de pensamientos positivos, de momentos de comunión con la divinidad, la celestialidad, de reflexión, de interiorizar todo esto que se está viviendo con la pandemia del Covid-19 y rendirnos a nuestros temores más vibrantes y más profundos deseos de esperanza, como una forma de redimirnos y aceptar esta cruel realidad que estamos viviendo.
Se necesita, además, guía espiritual, enseñanza religiosa, volver a nuestros orígenes, reeducarnos en la fe, reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestro entorno natural, con nuestra energía.
Pero de todo eso, a que un diputado como Maya de León Villard quiera imponer un Día Estatal de Oración dista mucho de lo que podría servirnos, del enfoque que se le debería dar a ese proceso que, sin duda, vamos a lograr en el corto plazo, sin necesidad de una legislación tramposa, convenenciera, que para muchos es solución, pero para otro tanto, es provocación.
Maya de León, por su pasado y su presente, es el menos apropiado, el menos indicado, como para asumir un supuesto liderazgo hacia la comunión colectiva, como para tocar lo último que nos queda en lo más intimo de las personas y las familias: no le corresponde proponer una idea como esta, menos sabiendo que profesa una fe religiosa que trata de imponer soterradamente.
No vamos a entrar en el dilema de política y religión, de la separación histórica que existe en México desde la época de Benito Juárez, ni de las alianzas política del PES con Morena, ni del embuste que representan Sergio Rivas, Vianey Sumuano y el propio Maya de León y toda su familia, pero tampoco se puede dejar pasar la pretensión secreta por templar un sentimiento muy vivo de las congregaciones de fe por hacerse presentes en el escenario político con mucho mayor incidencia e influencia.
Y vamos a concluir con el tema de una vez y para siempre: no es Maya de León, esta tercia de diputados de obscuro pasado, el PES, adalid de ninguna cruzada religiosa, no son nadie para mal interpretar (o hacerlo a su antojo) una necesidad colectiva de pedir perdón al universo por un año terrible y trágico y no son nadie ―nadie― para aprovecharse de la situación provocada por el Covid, para llevarse ganancias de pescador en las agitadas aguas del río.
Sus argumentos fecaloides, producto de su cortedad de pensamiento, de la ignorancia histórica, del afán protagónico, equívoco, le nublan la visión que como político, representante de un partido, debiera tener en la Legislatura, pero se quiere poner al frente de algo para lo que no está ni medianamente preparado y cuando argumenta que hay día del Yoga, del Libro, del Internet, ignora con todo su ser, que quienes lo propusieron, en su momento, lo hicieron para las mayorías, no desde una militancia de fe, con mejores argumentos, con mayor conocimiento del entramado legal en el que vivimos y no aprovecharon coyunturas, oportunismo, para hacerse notar.
Mal hicieron quienes se sumaron a la iniciativa, porque el Congreso del Estado no puede violentar preceptos constitucionales por intereses religiosos y una cosa es que el Fiscal y el Secretario de Gobierno estén enfermos de Covid, pero otra muy distinta que puedan hacer de las suyas sin que nadie les ponga un alto.
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